¿Sabéis eso de que la nostalgia es traicionera? Pues resulta que esta semana me he topado con un caso digno de mención.
Todo comenzó cuando, aburrida de jugar partida tras partida al FrostPunk, decidí darle otra oportunidad al remaster de Ōkami que tenia olvidado en mi lista de Steam. El juego original para PS2 aún lo conservo y funciona, pero después de 10 años sin jugar no iba a continuar con la partida que tenía, ya que no me acordaba de casi nada de la historia. Así pues, preferí empezar otra en la versión para PC. No obstante, como dicha versión es un port de la versión de PS3 que a su vez es un remaster en HD del original, su funcionamiento deja muchísimo que desear. Jugar con mando es una lotería, puesto que la API de Steam empleada para detectar el controlador falla más que una escopeta de feria y es muy común que te deje tirada en cualquier momento sin previo aviso, lo que te fuerza a reiniciar Steam y a veces incluso el ordenador.
Pero volvamos al tema que nos ocupa. Aparte de los problemas de jugabilidad “ocasionales”, hay un problemón como la copa de un pino que aparece cuando rejuegas algo que tiene ciertos años y lo haces con las Gafas Moradas puestas. Es lo que tiene la perspectiva de género, que te dota de la capacidad de identificar barbaridades que antes eran invisibles y que aunque en algunos casos te hicieran sentir levemente incómoda no sabias explicar por qué ni como llamarlas. Ahora, sin embargo sabemos ponerles nombre, y estos son machismo y sexualización femenina.
Empecemos por Issun —el co-protagonista de esta aventura— que hace insoportable la mayoría de las líneas de diálogo a causa de sus comentarios insolentes.
Issun es un miembro de los Poncle, una raza de humanoides diminutos y bioluminiscentes que viven durante siglos y se ocupan de restaurar la fe en los Kami (Dioses) mediante pinturas y representaciones artísticas cuando los humanos la pierden.
Los Poncle encargados de esta noble tarea se conocen como Enviados Celestiales y este es el rol que ha de asumir Issun durante la historia. No obstante, se comporta como un Señor™ en toda regla, pues la mitad de sus diálogos se basan en hablar de forma ruda e inapropiada con cuanta fémina se cruce.
Palabras como cutie, babe, pretty lady o sweetie son usadas por él todo el tiempo para referirse a las mujeres jóvenes y atractivas y a las demás no les dice ni mu (yo creo que ni las ve), demostrando así que no siente ningún tipo de respeto hacia ellas. Y no solo las trata con apelativos dignos de un baboso, sino que se permite ser paternalista y condescendiente, pues sólo las percibe como frágiles e indefensos seres que están ahí para alegrarle la vista, lo cual me resulta repulsivo a todos los niveles. Lejos de ser recriminado cuando muestra esta actitud, dichos comentarios son simplemente ignorados por el resto de personajes como si no fuesen ofensivos y careciesen de importancia, dando así a entender a quien juega que este tipo de comportamientos son aceptables, incluso graciosos, en lugar de señalar lo problemático de su uso.
Por si esto fuera poco, también es irrespetuoso con la protagonista —la Diosa Solar Amaterasu, adoptando la forma del lobo Shiranui— a quien se refiere constantemente como furball, y eso que conoce su verdadera identidad. Esto carece de sentido según la propia trama, pues si los Poncle son tan fieles servidores de los dioses, ¿cómo es posible que un miembro de esta raza se permita ser tan maleducado con la encarnación de una Gran Diosa?
Issun, además de ser machista, es insolente con el resto de personajes que aparecen y no duda en burlarse de ellos o humillarles por cosas perfectamente normales como demostrar sensibilidad o tener miedo. Hay dos victimas muy claras de estos ataques y son Kokari y Tai. El primero es un pescador jovencito que ha perdido a su perro en unas ruinas y no se siente capaz de realizar la tarea que se le ha encomendado. Issun se refiere a él como llorón y se mofa de él llamándole cobarde por tener miedo a entrar en las ruinas, cuando la inseguridad y el miedo que demuestra son comportamientos muy normales a su corta edad. El segundo es un miembro del clan Sparrow que también ha perdido a su perro y es muy sensible, ya que estaba muy unido al can emocionalmente. A este también le insulta llamándole llorón y niño mimado.
Con este tipo de comportamiento sólo se está enfatizando la falsa creencia de que un hombre no puede ser débil, sensible o mostrar públicamente sus sentimientos. Esta creencia está intrínsecamente relacionada con la masculinidad tóxica, en que la única forma aceptable de ser un hombre pasa por ir de “tío duro al que nada le afecta” para no ser objeto de burlas. Esta normalización de las mencionadas actitudes es algo que sucede habitualmente en muchos videojuegos y puede dar a entender de forma errónea que este patrón de conducta es normal o deseable. Que se enmascaren todo el tiempo como algo gracioso es preocupante pues, si no se tiene conciencia de la existencia de estas problemáticas, estas cosas se pasan por alto y van calando en nuestra forma de ver el mundo.
Otro personaje recurrente que también muestra cierta tendencia a tomarse confianzas indeseadas a la hora de referirse a Amaterasu es Waka, quién la llama todo el tiempo babe o ma chérie, las cuales no son formas adecuadas de dirigirse a ella puesto que son misóginas y paternalistas.
Hay otro punto que me saca de quicio cada vez que me lo encuentro en un juego y es la sexualización gratuita de algunos de los personajes femeninos. En este caso tenemos a Sakuya, quien al inicio de la partida aparece con un kimono tradicional, algo escotado pero que le cubre el cuerpo. Tras restaurar sus poderes, su atuendo cambia radicalmente para enseñar mucho más, y lo hace además en pose muy sugerente, deleitándose la cámara en reproducir sus movimientos ralentizados y haciendo énfasis en ciertas zonas de su cuerpo. Mi reacción fue un “¿y esto a santo de qué?”. Por más que le doy vueltas no le encuentro justificación.
Aparte de ella está Rao, apodada por Issun busty babe. Es decir, otro personaje más siendo objetificada sin vergüenza a causa de sus pechos, los cuales además rebotan cada vez que habla o se mueve para recalcar su tamaño. Además no parece ser consciente de esta objetificación, ya que cada vez que Issun usa una metáfora para hablar de sus pechos o su figura ella pregunta ingenuamente a qué se refiere con tal expresión, pues no lo entiende. Este tipo de escenas me parecen totalmente innecesarias y fuera de tono, pues aparte de cosificar a los personajes femeninos para el disfrute de los jugadores masculinos, nos hacen sentir a las mujeres que jugamos a estos títulos muy incómodas.
Además de ellas dos, existen otras como Camille, Fuse Hime, Nami o Kushi, que pese a no estar sexualizadas cumplen a rajatabla el estereotipo de Yamato Nadeshiko. Esto tiene sentido dentro del folclore tradicional japonés en el que se basa el juego, pero sigue siendo muy llamativo que todas las jóvenes sigan este patrón, las madres sean todas mujeres corpulentas de anchas caderas y las ancianitas sean señoras bajitas y arrugadas. Tal como yo lo veo, sólo se molestaron en hacer tres diseños estereotipados para los personajes femeninos donde no hay cabida para la diversidad.
Dejando de lado todo el tema de la sexualización, tenemos un asunto menos visible pero igualmente extendido y es el misgendering que se le hace a Amaterasu en las carátulas de varias versiones del juego. En ellas podemos ver cómo en la sinopsis se habla del “dios lobo blanco”. Así, en masculino singular. No sé si esto fue una estrategia de marketing para que no lo dejasen de comprar los jugadores masculinos (ya que todes sabemos que los pobres muchachos son incapaces de sentirse identificados si juegan en la piel de una mujer, sea o no humana), pero no fue hasta la versión de 2017 que se ha rectificado este error de género.
Ōkami fue el primer juego que recuerdo que me llamó la atención por su estilo visual y su rica paleta de colores. Me parecía un sueño sacado de un cuadro. Me enamoré de su estética mucho antes de conocer otros juegos similares a nivel artístico como Journey, Bound, o Gris, y tenía un precioso recuerdo de él en mi mente. Yo recordaba un maravilloso y colorido juego donde manejabas a una loba blanca que se enfrentaba a sus enemigos a golpe de pincel; donde el punto central del juego eran las técnicas que aprendías o la forma innovadora en la que modificabas el entorno. Esa idílica imagen se ha hecho trizas a causa de esta sexualización tan innecesaria, y eso me entristece mucho.
En conclusión, después de varios remasters y ports quizás hubiese sido conveniente darle un repaso a los diálogos y modificarlos en su justa medida para eliminar ciertas conductas que no afectan para nada a la trama y, en mi opinión, resultan bastante molestas y agresivas. Ya que se molestan en invertir tiempo y dinero en actualizar un juego para revenderlo, que no se queden solo en modificar su apariencia sino en mejorar la calidad de su contenido. Y si esto no es posible en un remaster, pues quizás convendría hacer un remake y actualizar los contenidos del juego a la realidad del siglo veintiuno.
La verdad, muy de acuerdo,
Yo llegó un punto que tuve que dejar de jugar (en mi caso el port de PS4 donde dibujas en el tRACK pAD osea mecánica de m*) del asco que me estaba dando Issun y los jueguitos de la cámara, innecesarios rozando al fetichismo.
Una pena, porque por nostálgia yo recordaba algo maravilloso. Y me encontré una patata pocha que no me dejaba jugar más del puro cringe. Una lástima que con los remasters y remakes pocas veces se revise el contenido más allá de los gráficos